Monday, June 01, 2009

Juan José Sandoval Zapata

Juan José no sonríe. Me mira a los ojos todo el tiempo y habla tan libre como si pensara en voz alta. Dice que sus respuestas siempre serán las mismas, le digo entonces que le haré preguntas nuevas. Me río. Ni se inmuta. Parece como si la tierra se hubiera tragado su alegría, pero no la satisfacción. Actualmente es el editor de la revista cultural Urbania y autor de libros como Barrunto y Las ratas de mi casa. Dice estar orgulloso de sus logros. Dice que me responderá con la verdad. Yo le creo.
¿Quién eres?Soy la reencarnación de los rencores de mi madre. Ya hace 30 años que salí expulsado de su útero por indisciplina.
LA LITERATURA COMBI DEL PERÚ
(Grace Gálvez / Casa de Asterión)

Juan José Sandoval Zapata (Lima, 76) ha publicado los libros de cuentos Barrunto y Las ratas de mi casa. Ejerce el periodismo y la docencia universitaria. En 2009 fue invitado al Salón del libro de Luxemburgo.


LA HIJA DEL PRESIDENTE


Ta que mi hermano es un huevón. Un so-huevón. No tiene ni doce años y ya se le nota lo baboso. De seguro que va terminar mal, ya parece un fracasado. El estúpido lee historietas todo el día. Mi ma se las para botando a la basura, pero el idiotón consigue más. El tío Felipe ayuda en eso. Otro so-huevón, profesor tenía que ser. Par de idiotas. Por culpa de él es que el tarado no le gusta ir a la oficina de mi papá, a trabajar de verdad.
Una vez, mi pa me pidió que lo llevara en bus al colegio. Llegamos al paradero y como el tráfico estaba pesado el micro llegó embalado. Apenas subí, no pude avanzar más, estaba repleto. Entonces el sonsonazo se quedó parado en la pista. Nunca subió el imbécil. Tuve que gritar « ¡Bajan, bajan!», pero había tanta gente, y como yo también era chiquito —pero pendejo— no me escuchó el chofer y siguió avanzando. Me desesperé y salí por la ventana. Mientras sacaba el billete que mi pa me había dado para el pasaje y se lo aventaba a la calle, el huevonazo movía su mano despidiéndose. Poniendo cara de triste todavía, sonso de mierda. El billete bailó con el viento hasta que cayó y el mongolito fue a recogerlo. A mí me dejaron tres cuadras más allá y tuvimos que volver porque al estúpido, además del susto, le había dado el asma y su salbutamol estaba en casa. Al menos, gracias al infeliz, no fuimos al colegio ese día.
Pero lo tarado no lo digo yo. Lo dice mi ma. Yo le oí decir eso anoche mientras hablaba por teléfono con la Mamalicia. Un taradito mijo, decía. Un taradito, un taradito… tremendo so-huevón. Algo tenía que hacer ese huevón en la fiesta. Bien sabía yo que se iba a poner nervioso. Siempre se pone así frente a las niñas, yo lo he visto temblar de miedo. Y eso que ayer fue su primera fiesta solo. Algo tenía que hacer mal, Cuasimodo.
Bien hecho. Sobre todo porque a mí también me jodió mi primera fiesta. Nunca fui, por su culpa. Mi mamá se había ido a Europa y nos había dejado solos con mi papá, que era lo mismo que estar solos porque apenas se fue mi ma, mi pa también se mandó a mudar.
El día de la fiesta, mi papá no llegaba. En la oficina nadie contestaba y el idiota siempre le había tenido pánico a la oscuridad. Era un maricón, nunca podía dormir con la luz apagada. Le daba mucho miedo, hasta ahora le da.
Me vinieron a recoger y le dije que se iba a quedar solo. Se puso a llorar. Le dije que iba a volver a la medianoche, le vino el asma. Intenté justificar mi salida diciéndole que todos teníamos derecho a crecer. Entonces, le tuve que poner algodón con alcohol en la nariz porque comenzó a colapsar. Se moría el marica.
En el auto me estaba esperando mi mancha. Mi primer tono, tenía puesto una camisa hawaiana fosforescente, jeans y zapatillas botines traídas de gringolandia. Una niña rica me esperaba en la fiesta que nunca fui por culpa del mongolito. Pasó media hora y no bajaba, el claxon repetía la llamada: ¡ta-ta-ta ta-ta-ta! Y el infeliz no despertaba con el algodón remojado de alcohol. O a pique se estaba haciendo el moribundo pero no había tiempo para dudar.
Bajé a la puerta y les dije que se vayan, que no podía ir. Maricón de mierda, le grité y se hizo el dormido. Le metí una cachetada y le comenzó a salir sangre. Lo peor es que ni por eso despertó. Me hizo recordar que mi ma siempre decía que el idiota había nacido durmiendo. Nunca recibió su palmazo de honor, nunca lloró. Apenas salió, pensaron que había nacido muerto, pero latía como un globito a punto de estallar. El partero dijo: «Pero miren a esa bolita, para qué lo vamos a despertar, si está durmiendo tranquilo». Baboso de mierda, carajo. Lo eché en su cama y me fui a dormir odiando mi primera fiesta.
Por eso es que no me afecta lo que le pasó anoche en su fiesta. Bien hecho se lo tenía, por miedoso y atarantado. Yo le escuché a mi ma que decía que le daba mucha pena su hijo. Recién está muchacho y ya anda triste. Lo llevarán al psicólogo, dijo. Tienen miedo de que sea maricón. Pobrecito el maricón, ahora nomás falta que sea chivo. Ahí sí, mi papá lo bota de la casa. Yo no sé.

La Mamalicia había llamado porque ayer no podía dormir. Hubo una fiesta de niños, le dijo. Ella siempre descansa los fines de semana, no sale ni a la esquina, la pasa en bata y sandalias y compra comida por teléfono. Si alguien la va a visitar, no lo deja entrar. Ni siquiera al infeliz, que estaba en la fiesta que no la dejaba dormir. Pero la bulla no era lo que la estuvo molestando. Eran los patrulleros que habían llegado. Ella pensó que se trataba de algún asesinato porque había como treinta policías. La Mamalicia estaba observando el despelote desde su ventana, enrollada en la cortina. Así anduvo como una hora hasta que sonó el teléfono y le vino la taquicardia. Era la vecina que tuvo que ir corriendo a la casa porque mi abuelita se había puesto mal con el timbrazo. La vecina era una vieja recontra chismosa; siempre le había gustado husmear entre las familias de la zona. De nosotros sabía que mis papás se agarran a patadas. De los Bocanegra, que el doctor es abortero. Del guachimán que cuidaba la zona, estuvo preso porque también cuidaba la casa de «El Padrino», estuvo cuando explotó su laboratorio clandestino y descubrieron que era narco. Lo acusaron de ser el químico.
La vieja, mientras ayudaba a mi Mamalicia a reponerse, le iba contando que quien estaba por ahí era la hija del Presidente del Perú. Ella había llegado con su escolta oficial a la fiestita de donde venía la bulla. Pero, por lo que había llamado la vecina era porque también había visto llegar al estúpido. Mi ma lo había llevado en el auto y eso había visto la vieja chismosa. Ella quería saber si ambos se conocían, si es que iban al mismo colegio, o de dónde era la fiesta. La abuela no sabía ni siquiera cómo se llamaba el colegio donde estudiábamos, y llamó a la casa para preguntarle a mi ma si sabía que la hija del Presidente había ido a la fiesta. Mamá le dijo que no. Entonces, comenzó a decirle la cantidad de autos que había alrededor y de los policías que hablaban con pitazos. Había perros amaestrados y sirenas prendidas. La Mamalicia siguió haciendo preguntas pero mi ma le tuvo que colgar porque mi pa había llegado borracho y había que desvestirlo para acostarlo rápido.

Como yo había escuchado toda la conversación, supe que había problemas con el idiotón. No dormí hasta la medianoche y cuando mi mamá prendía el auto, pedí acompañarla. Fuimos. Llegamos y ya los patrulleros no estaban, no había pitazos ni perros. El parque era un cementerio. La casa de la Mamalicia estaba a oscuras, la de la vecina también. Yo fui por el mongo, quedaba poca gente pero eso ya es costumbre en nosotros. Siempre que mi pa me recoge de las fiestas llega una o dos horas tarde. Al comienzo se quisieron acollerar mis amigos en el carro, pero mi pa llegaba demasiado tarde y ya sus viejos se preocupaban demasiado. Hace poco, el papá del chico que había organizado la fiesta me dijo que, si quería, me llevaba a mi casa. Ya no había nadie en la sala y todos querían dormir. Yo le dije que no, que esperaría. Entonces llegó mi padre, con las justas avanzaba, tocó el claxon y gritó: ¡Ta que se me volteó el mapa!

Cuando salió el estúpido de la fiesta lo abracé y le dije al oído:
—Ya te cagaste. Mi mamá ya sabe que vino la hija del Presidente.
Yendo en el auto, mi ma comenzó el interrogatorio:
—¿Cómo se llama?
—Josefina.—¿Tiene tu edad?
—Sí.—¿Va a tu colegio?
—No.
—¿Amiga de quién es?
—De Frida Meier. Siempre andan juntas.
—Qué tan amigas.
—No sé, pues ma.
—¡Niño! —reaccionó mi ma—. ¿Conoce su casa?
—Bueno, sí, la invitó a Palacio de Gobierno un fin de semana.
—Estás mintiendo —le dije—. Cuasimodo no mientas.
—No, a Frida la hicieron hablar frente de todo el salón sobre su fin de semana en Palacio.
—¿Y?
—Y entonces contó que hubo una manifestación que llegó hasta la puerta a insultar. Ellas miraban maravilladas desde el balcón y se tomaban fotos con los Úsares de Junín mientras desde afuera se escuchaba ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Contó también que fue la primera vez que había visto un «rochabús».
—¿Es bonita?
—No lo sé.
—¿Y eso?
— …
—Juanito…
—No la vi, ma. Me dio miedo y no pude saludarla.
El auto paró en una luz roja y pude ver que mi mamá se había puesto a llorar. Bajó el volumen de la radio y dijo:
—Hijito, no puedes ser tan tímido.

El imbécil se puso a llorar con mi mamá. Sacó papel higiénico de la guantera y ambos se comenzaron a sonar los mocos. Entonces, el sonso contó lo que había pasado:
Cuando llegó a la fiesta, había un grupo de niños que conversaban en el hall, donde estaba la hija del Presidente. Pero unos chicos pasaron gritando ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!, una arenga que salía en la televisión, con el puño en alto. Josefina intentaba ignorarlos pero los gritos cada vez eran más numerosos. El imbécil avanzó un poco más, divisando a la niña más observada de la fiesta, quien estaba acompañada de los mejores muchachos del salón. Fue acercándose hacia ella. Le quería dar un beso. No me lo contó, pero lo conozco tanto al cuasimodo…
Iba cumplir su cometido pero se le cruzó uno de los protestantes, que le dijo:
—Plomito, o gritas con nosotros, o eres un cabrón.
Y el maricón éste se fue a arengar con los demás ¡Liberta! ¡Libertad! ¡Liberta! ¡Libertad!
A mi mamá cuando el estúpido le mostró la arenga, con el puño en alto, le vino la llorona de nuevo. Llegamos a casa. Mi papá dormía hecho un bulto. El idiota se fue a derechito a la cama. Yo también, pero quedé atento a lo que mi mamá hacía, seguía llorando. Volvió a sonar el teléfono, era la Mamalicia. Discutieron un rato más, le dijo que en vez de darle un besito bonito, como hace la gente bien, le comenzó a gritar ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! en su cara. Todo por culpa del escritor porno ese que hace la propaganda por televisión. Que si se hubiera presentado como alguien decente, quien sabe, hasta un buen trabajo le podría conseguir.

Pobrecito el mongolito, si bien dormía yo sé que también lloraba por no haber cumplido con su beso a la hija del Presidente. El tarado siempre se arrepiente de lo que hace. Yo hubiera ido donde la Hija y le zampaba un lenguaso, como para que no se olvide de mí. Pobre cuasimodito.

—Ahora nomás falta que mijo se me ponga rebelde como el escritor de «Libertad»
—le dijo a la Mamalicia, preocupada—. Ahora nomás, que comience vestirse de negro como los artistas. Ahora nomás falta que se ponga intelectual como Felipe. Ahora nomás falta que le comience a gustar la música y la poesía, la ideología y las marchas, nomás falta que quiera ser profesor de universidad… Ojalá no me salga terrorista… ese es el camino seguro a ser maricón.